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Al parecer, la correspondencia entre Truman Capote y Tenessee Williams fue de lo más prolífica y de lo menos profiláctica. El círculo más cercano al dramaturgo sureño asegura que las misivas de Capote metieron a su colega en líos en varias ocasiones. Por lo visto, en una de ellas, con motivo del estreno de la “Rosa tatuada”, pieza que Williams dedicaba a su pareja Frank Merlo, Capote elaboró una completa y detallada carta en la que reproducía fragmentos de la obra con ligeras modificaciones que le daban al texto un alto contenido sexual, casi pornográfico. Como en esa escena, núcleo argumental de la obra, en la que el agente de la policía Joseph Strauss, dispara y mata al camionero Somersby tras acusarlo de contrabando y tráfico de productos ilegales. Capote, seguramente tras la ingestión de varias botellas de Möet, bebida a la que se aficionó en sus vacaciones parisinas de 1952 gracias a su buen amigo y mal amante Jaques Gustó, reprodujo el diálogo de tal manera que el motivo de la agresión se debía a la negativa de Somersby a realizar una felación al “miembro del cuerpo”, bromeaba Capote.
Williams, arrastrado por un imaginario sexual como pocos autores desarrollaron, entró en el juego y correspondió con su particular visión de los encuentros, subidos de tono, entre el escritor y Richard Eugene y Perry Edward Smith, los asesinos de la familia Clutter en la novela de Capote “A sangre fría” y también en la vida real.
El ejercicio literario, a medio camino entre una inocente morbosidad y una patología ególatra, dio lugar a una especie de esquizofrenia en la que los escritores implicados duplicaron su producción literaria bajo mantos de clandestinidad, sexo, drogas, maltratos y obscenidades que recorrieron los Estados Unidos de América en sobres sin remitente.
Esto fue así hasta que dejó de serlo. En una de esas semanas en que los ansiolíticos y el miedo a la locura dejaban a Williams fuera de juego, Frank Merlo, que entró en la vida del dramaturgo haciéndole de secretario, se encargó del correo de la casa. En el momento en que Merlo leía alterado pasajes de “Un tranvía llamado deseo” versión Capote alcoholizado, Williams le sorprendió y se enzarzaron en una horrible discusión abrecartas en mano. El servicio de la casa siempre fue muy discreto respecto a los acontecimientos de ese 15 de julio de 1969 pero algún ex trabajador descontento y sin dinero, años más tarde relataba para periódicos sensacionalistas graves lesiones genitales con un abrecartas como arma de crimen.
(En homenaje y como muestra de agradecimiento al admirado Enrique Vila-Matas.)
Paradójicamente la rata más elegante es un virtuoso Hamelin llamado Ayala.
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