jueves, 9 de octubre de 2008

Rata en Descalabro.

Esta es la historia de dos viejas glorias del jazz, que se hacían llamar "Los Ratas" y cuyos nombres artísticos eran Duke y Elmond, aunque en realidad se llamaban David y Enrique respectivamente, quienes realizaron su último concierto en Descalabro, un pequeño y extraño pueblo de Murcia.

Ambos músicos no sabían porqué su manager les había insistido en ir ya que pagaban mal y casi les llegaba lo justo para costearse el viaje y el alojamiento. Duke era el pianista, tenía 63 años y una blanca mata de pelo que llevaba cortado a cepillo. Elmond, por el contrario, lucía una brillante calva que tapaba con un sombrero que compró en Chicago hace muchos años y llevaba consigo siempre que salían de gira. Tocaba el saxofón y en ocasiones cantaba las pocas piezas de bebop que interpretaban.

El cómo llegó a mi esta historia y porqué me decido ahora a contarla, poco importa para el desarrollo de la misma; tan sólo decir que todo lo que vais a leer es tan cierto como cada uno quiera llegar a creer.

Los dos músicos llegaron al pueblo poco antes de la hora de comer, en un coche de alquiler que Duke había conseguido tras pelearse durante más de media hora con una simpática dependienta, contratando sólo 24 horas el vehículo. Al ser sábado, debían de alquilarlo por todo el fin de semana, cosa que Duke no estaba dispuesto a pagar.
Elmond en estas ocasiones se solía mantener al margen. No le gustaba cuando Duke se empecinaba en sacar las cosas de contexto e imponer sus ideas como ley. Normalmente se alejaba con paso cansino al bar más cercano y le esperaba tomando un vino y leyendo la prensa.

Al llegar, una de las cosas que más llamaron la atención a estas dos ratas musicales fue el penetrante silencio del pueblo y la falta de vida que en él se percibía. Ni un sólo ruido. Ni un alma. Recorrieron lentamente las calles del pueblo sin conseguir ver a nadie, viejo o joven, hombre o mujer. Ni siquiera un perro por la calle o el sonido lejano de una radio.

NADA.

Hasta aquí he de comentar que si bien parece la típica historia de un pueblo fantasma y una pareja de turistas, he de suplicar que no saquen conclusiones precipitadas y que continúen leyendo.
Esta historia se desarrolla lenta, como un buen asado.

Nuestros ancianos intérpretes se encontraban en un pueblo desconocido, sin nadie a quién pedir ayuda o indicación, con la incertidumbre de saberse perdido y no tener modo alguno de subsanar la situación si no es yéndose por donde vinieron.

Ningún bar estaba abierto, carteles roídos por el paso del tiempo sobre las verjas de establecimientos que parecían no haberse abierto en décadas, puertas cerradas a cal y canto y plazas con árboles sin hojas ni fruto.
Ante semejante situación ambos se resistían a bajar del coche y llamar a alguna puerta, indecisos y preocupados por el negro panorama en el que se encontraban.

Duke paró el coche y se giró a Elmond indicándole que lo mejor era que fuera a esa casa cercana y llamar a la puerta a ver si había alguien en el interior. Elmond con tranquilidad se ajustó el sombrero y sin cambiar el gesto de la cara, invitó a Duke a que se metiera la idea por el culo, cosa que él mismo gustosamente ayudaría a hacer si a su compañero le resultaba complicado dada la avanzada edad de éste.
Duke, lejos de ofenderse, guardó un largo silencio antes de sacar con lentitud las llaves del coche y, eligiendo la más conveniente, la incrustó en el ojo de su pareja musical hasta que no se veía poco más que el llavero.
Elmond no gritó. Quizás se le escapó un pequeño gemido, seguramente causado por lo inesperado del acto, pero se mantuvo inmutable. Con delicadeza sacó un CD de la guantera con los éxitos de Charlie Parker, sujetó la cabeza de Duke y con la maestría de un carnicero experto, cercenó la oreja de éste en un corte limpio.
Luego bajó la ventanilla y arrojó la oreja al camino en el que habían estacionado.

En ese momento de las casas cercanas salieron dos familias de lugareños, vestidos con arapos, ensangrentados y se arrojaron sobre la oreja, peleando por conseguir tan sabroso trofeo.

Duke y Elmond estaban petrificados. No podían creer lo que estaba pasando. Aterrorizados ante el espectáculo que estaban observando sabían que sólo había una manera de salir y acabar con semejante panorama.

Duke sacó la armónica y Elmond el saxofón. Subieron al capó del coche y comenzaron a interpretar "Alabama" un tema que John Coltrane compuso en 1963 con gran éxito de crítica y público. Nada más comenzar las primeras notas, los habitantes del pueblo comenzaron a realizar una de las más complejas coreografías vistas hasta el momento, con grandes dosis de danza clásica y quizás con cierta influencia tribal. De cada ventana de las casas colindantes se asomaban señoras mayores, madres, padres de familia, niños e incluso mascotas, cada uno con una docena de globos multicolores y un gran saco de confeti que arrojaban desde los ventanucos. Aquellos que sólo tenían un brazo aplaudían golpeando con la palma en la nuca. El párroco del pueblo, subido en su bicicleta, pedaleaba entre las columnas de una plaza cercana mientras tres zagales iban detrás suya dejando tras de si pequeños trozos de su propio cuerpo. El pueblo era un magnífico collage multicolor donde reinaba el jazz y el olor a azufre.

Quizás no fuera la mejor actuación de Los Ratas, pero si la última, ya que en el momento en el que Elmond tocaba el sólo final de la canción, Duke se desplomó desangrado sobre el coche y su amigo, su compañero de gira, su confidente y verdugo, no pudo soportar semejante visión, arrojándose sobre la multitud a la vez que aliñaba su huesudo cuerpo.

Unos dicen que "Los Ratas" no llegaron a morir y que permanecen el Descalabro. Otros prefieren guardar silencio, mirar fijamente y anotar cosas en sus pequeñas libretas, parapetados tras sus escritorios y creyéndose tener el juicio correcto. Yo simplemente relato esta historia que una vez mi abuelo me contó poco antes de mutar a cagrejo.


Y ya.

Salido de la cabeza de un ocurrente lémur musical llamado Laspi.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ale, pues para mi

LASPI